Los video juegos que se han puesto de moda cumplen con el mismo patrón, divertir al jugador sin que este sienta que es demasiado fácil y se aburra o demasiado difícil y se frustre.
Con los hijos se cumple el mismo patrón. Cuando son recién nacidos no requieren de mucho esfuerzo pero aun así nos abarcan toda la atención.
Conforme van desarrollándose, también lo vamos haciendo nosotros, y esto es lo que hace que vayamos creciendo junto con ellos.
Cuando el juego se convierte en demasiado difícil es porque nosotros hemos dejado de crecer. Como papás, nos creímos que éramos expertos sin darnos cuenta que el juego (nuestros hijos) contienen una inteligencia que se va desarrollando todos los días y que van aprendiendo de todo lo que se les ponga enfrente. Esto es lo que hace que el juego se convierta en cada vez más complicado y difícil. De pronto le puedes poner pausa con una pantalla de entretenimiento, pero no siempre funcionan como uno quiere. Si le ponemos demasiado tiempo pausa (demasiada pantalla de entretenimiento) la inteligencia se va deteriorando y nuestros video juegos se dañan (perdón, nuestros hijos).
Como papás gestalt debemos de entender que nuestro desarrollo como seres humanos va directamente proporcional al desarrollo de nuestros pequeños. Si dejamos de maravillarnos, de investigar, de amar la vida. Nuestros hijos comenzarán a deteriorarse o a sobrepasarnos (dos caras de la misma moneda). Cualquiera de las dos traen terribles consecuencias en nuestra vida. Y cualquiera de las dos al final terminarán por frustrarnos
En el juego de la vida, hay niveles y el más importante es el que nosotros mismos vamos sobrepasando. Ese es el mayor, porque es el único en donde podemos al final, sentirnos que logramos algo.
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