México hoy puede ser uno de los países
más obsesos en el mundo, según las últimas encuestas que han sido publicadas en
los diarios de mayor circulación del país. La pregunta que a mi me surge es
¿por qué? No entiendo cómo podemos ser uno de los países más gordos, cuando al
salir a la calle yo veo que todo mundo va corriendo a todas partes (cabe
destacar que vivo en el DF)
La respuesta a esta pregunta se me
concedió el día que me quedé sólo unos minutos cerca de la comida rápida de un
centro comercial de la ciudad. En los locales que venden comida saludable, no
había ni un alma, es más los que caminaban cerca se alejaban un poco como si
una fuerza invisible los empujara fuera de las garras de la salud. Por el otro
lado, en la comida rápida (descrita así, porque se hace al momento de productos
congelados) las personas peleaban por ser atendidas por un adolescente que de
memoria narra sus líneas para acabar lo antes posible con sus clientes y hacer
de la cocina la responsable de los largos minutos de espera.
5 a 10 minutos después, sus charolas de
olores exquisitos y colores alegres eran llevadas con paso acelerado a la mesa
previamente apartada por los pequeños con sobrepeso o algún familiar en el
mismo estado. Al igual que las drogas, las pupilas se dilatan al ver su comida,
el corazón es inyectado de adrenalina como si hubieran terminado de matar a su
presa y las glándulas salivales comienzan a trabajar a marchas forzadas para el
primer mordisco.
Una vez dada la primera mordida, las
papilas gustativas de la lengua explotan gracias al glutamato monosódico y la
experiencia se hace orgásmica. Cada bocado es una fiesta de sabor. El estómago
se tiene que ensanchar y mover la grasa para hacerse de espacio. Es aquí con tanto estrés que el cuerpo
comienza a sentirse amenazado y por lo mismo busca en los nutrientes la cura
(ya lo decía Hipócrates: “que tu comida sea tu medicina”). El problema está en
que la comida rápida es comida muerta. Por lo que casi no hay nutrientes y eso
genera que lo poco que se puede aprovechar es grasa. Como nuestro cuerpo no
necesita de esta grasa, pero tampoco sabe cuándo comeremos sanamente, entonces
la guarda (por si acaso).
Entonces ¿qué ocurre? La respuesta está
en la baja tolerancia a la frustración. No queremos esperar para comer (ni
tampoco para otras cosas), nos da flojera prepararnos nuestros alimentos.
Preferimos lo muerto y rápido a lo vivo y laborioso. No sólo nos gusta lo
fácil, sino que nos hemos criado con la idea de que si cuesta trabajo no es
para nosotros. Es triste ver a generaciones ADI (antes de internet) en dónde a
penas les pones una tarea que no se pueda hacer con copy paste e inmediatamente
hay lamentos, quejas y sugerencias. Yo te propongo que te retes a ti misma(o) a
frustrarte un poco, ha trabajar duro por conseguir lo que deseas y así hacia
tus hijos e hijas. Alguna vez leí que Di.s no siempre nos da lo que queremos,
pero siempre lo que necesitamos.
Escrito por: Adrián Salama.
Socio fundador COTEGA (http://www.cotega.org)
Una clínica especializada en la rehabilitación de adicciones y trastornos alimenticios.
Una clínica especializada en la rehabilitación de adicciones y trastornos alimenticios.
Licenciado en psicología humanista, maestro y doctor en psicoterapia gestalt
por la Universidad Gestalt
Porque me gusta estar siempre al tanto, vamos a conectarnos
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