jueves, 30 de junio de 2016

La satisfacción inmediata


México hoy puede ser uno de los países más obsesos en el mundo, según las últimas encuestas que han sido publicadas en los diarios de mayor circulación del país. La pregunta que a mi me surge es ¿por qué? No entiendo cómo podemos ser uno de los países más gordos, cuando al salir a la calle yo veo que todo mundo va corriendo a todas partes (cabe destacar que vivo en el DF)

La respuesta a esta pregunta se me concedió el día que me quedé sólo unos minutos cerca de la comida rápida de un centro comercial de la ciudad. En los locales que venden comida saludable, no había ni un alma, es más los que caminaban cerca se alejaban un poco como si una fuerza invisible los empujara fuera de las garras de la salud. Por el otro lado, en la comida rápida (descrita así, porque se hace al momento de productos congelados) las personas peleaban por ser atendidas por un adolescente que de memoria narra sus líneas para acabar lo antes posible con sus clientes y hacer de la cocina la responsable de los largos minutos de espera.

5 a 10 minutos después, sus charolas de olores exquisitos y colores alegres eran llevadas con paso acelerado a la mesa previamente apartada por los pequeños con sobrepeso o algún familiar en el mismo estado. Al igual que las drogas, las pupilas se dilatan al ver su comida, el corazón es inyectado de adrenalina como si hubieran terminado de matar a su presa y las glándulas salivales comienzan a trabajar a marchas forzadas para el primer mordisco.

Una vez dada la primera mordida, las papilas gustativas de la lengua explotan gracias al glutamato monosódico y la experiencia se hace orgásmica. Cada bocado es una fiesta de sabor. El estómago se tiene que ensanchar y mover la grasa para hacerse de espacio.  Es aquí con tanto estrés que el cuerpo comienza a sentirse amenazado y por lo mismo busca en los nutrientes la cura (ya lo decía Hipócrates: “que tu comida sea tu medicina”). El problema está en que la comida rápida es comida muerta. Por lo que casi no hay nutrientes y eso genera que lo poco que se puede aprovechar es grasa. Como nuestro cuerpo no necesita de esta grasa, pero tampoco sabe cuándo comeremos sanamente, entonces la guarda (por si acaso).


Entonces ¿qué ocurre? La respuesta está en la baja tolerancia a la frustración. No queremos esperar para comer (ni tampoco para otras cosas), nos da flojera prepararnos nuestros alimentos. Preferimos lo muerto y rápido a lo vivo y laborioso. No sólo nos gusta lo fácil, sino que nos hemos criado con la idea de que si cuesta trabajo no es para nosotros. Es triste ver a generaciones ADI (antes de internet) en dónde a penas les pones una tarea que no se pueda hacer con copy paste e inmediatamente hay lamentos, quejas y sugerencias. Yo te propongo que te retes a ti misma(o) a frustrarte un poco, ha trabajar duro por conseguir lo que deseas y así hacia tus hijos e hijas. Alguna vez leí que Di.s no siempre nos da lo que queremos, pero siempre lo que necesitamos.

Escrito por: Adrián Salama.
Socio fundador COTEGA (http://www.cotega.org
Una clínica especializada en la rehabilitación de adicciones y trastornos alimenticios. 

Licenciado en psicología humanista, maestro y doctor en psicoterapia gestalt 
por la Universidad Gestalt

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